Visiones

Ese inquietante ruido que rasgó la tranquilidad de la noche no era como el que produce una trucha grande al saltar sobre el agua, sino más bien como el ruido que uno hace cuando sale de la piscina. Pero allí no había piscina, sino una laguna, y no eran horas de bañarse, además el único habitante capaz de hacer semejante ruido saliendo del agua era yo, y yo me encontraba seca y con un miedo que había vuelto de las profundidades.

Fue cuando aparté la vista de las ondas del agua que me aseguraban que el ruido había sido real, cuando lo vi.

No puedo describir ese momento. El miedo te domina y sientes como si una descarga eléctrica te paralizara. Sientes un vértigo como si estuvieras al borde de un abismo, pero estás sentada en el suelo. Notas como los latidos del corazón zumban en tus oídos de tal manera que piensas que de un momento a otro no soportará más ese ritmo y dejará de latir. Este torbellino es la reacción del cerebro al no poder asimilar como real una escena que solo ha vivido viendo películas de terror.

Y mientras estas sensaciones dominaban mi cuerpo, el miedo alcanzaba cotas inimaginables al ver como la criatura me descubría mirándola. Nuestros ojos se cruzaron, si es que a esos enormes bultos negros se les puede llamar ojos. Y se acercaba.

Lo bueno que tiene el miedo es que te paraliza; y así estaba yo, quieta viendo como eso se acercaba. Gracias a esa parálisis no salí corriendo y me obligué a mi misma a mirar bien a la criatura que quizá acabara con mi vida. Una curiosidad morbosa por saber bien qué era lo último que vería en este mundo.